Al salir de viaje, de paseo, de excursión vamos con la idea y la ilusión de conocer, descansar o disfrutar de esa experiencia; lo mismo sucede cuando los otros salen y yo me quedo… Espero que los que se van, tengan una experiencia enriquecedora para compartir a su regreso.
En ocasiones los unos o los otros no llegan con vida… y se nos priva de cumplir el gusto y la ilusión del reencuentro y de la idea que la vida continuará su curso cuando el paseo termine. Enterarse de que alguien ha fallecido estando de paseo produce tal impacto que desinstala. Nuestro intelecto intenta manejar la avalancha de emociones que se sienten pidiendo entender lo sucedido, tratando de encontrar errores en los procedimientos o conductas que produjeron el accidente y/o buscando responsables del hecho de que la persona fallecida hubiese estado en ese lugar en el momento del accidente.
Este funcionamiento se dispara automáticamente, al principio ayuda a rescatar el control perdido pero si nos quedamos ahí, desafortunadamente no nos permite adentrarnos en el camino de la recuperación porque nos aleja de vivir el presente, si un presente de dolor, tristeza, incertidumbre, confusión y cambio pero que es necesario vivir. Es un tiempo de lucha, de resistirse a vivir sin ese ser querido… El dolor natural de la ausencia, del vacío, de la confusión se puede convertir en sufrimiento emocional que, al cronificarse, termina en enfermedad física, desconfianza en los otros y en la vida, deseos de venganza si se culpabiliza a alguien… En la medida que más resistencia le pongamos a la tarea de aceptar vivir sin esa persona, menos posibilidades tenemos de re-crear la vida; todas las energías, dones y capacidades que tenemos quedan sepultadas con ese evento, con la impotencia que produce reconocer nuestros límites, que hay errores en nosotros y en los otros.
Lo que sí está en nuestras manos es transitar el camino de las emociones para que la vida que queda detenida dentro de nosotros vuelva a fluir con elementos nuevos y horizontes insospechados. Así nos muestra este fragmento del testimonio que nos compartió Martha después de que su hijo muriera en un accidente: “…Estoy segura de que si no hubiera encontrado esta ayuda posiblemente no hubiera sido capaz de seguir liderando este duro caminar dentro de mi grupo familiar y, que gracias a mi Dios y a lo que comprendí puedo llevar a Guiller en el corazón con una gran alegría y sentirme orgullosa de él en todos los instantes de mi vida. Eso no quiere decir que no sienta tristeza de tanto en tanto y que extrañe su presencia física. También aprendí que eso es natural sentirlo”. La recuperación no quiere decir que vamos a dejar de sentir y que vamos a olvidar, lo contrario significa que al recordar, además de tristeza, vamos a sentir un sinnúmero de sentimientos experimentados en la relación con esa persona.
Luz María Tavera
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